Un lugar desdibujado. La lluvia rehace la realidad. Las palabras rehacen la realidad. Perfiles borrosos, que cobran inesperadamente un significado nuevo, inédito, preciso. El lugar de la poesía es un no lugar.

José Antonio Sáinz



jueves, 5 de febrero de 2009

El poeta y su doble

El artista de la Modernidad se toma a sí mismo como motivo. En algunas ocasiones lo hace de un modo exhibicionista y en otras como objeto de análisis, convertido en el modelo más a mano que tiene para hablar del propio arte, de los valores imperantes, de la miseria y la grandeza del ser humano. El artista en su sentido y en su contingenicia. Tal vez podemos estar de acuerdo con Antonio Machado cuando afrima que "al poeta [o al artista] no le es dado pensar fuera del tiempo, porque piensa su propia vida que no es, fuera del tiempo, absolutamente nada". El poeta se desdobla en quien vive y escribe -como parte de esa vida- y quien se observa a sí mismo: el poeta y su doble.



LOS OBJETOS GUARDADOS EN UN CAJÓN,
abierto en el silencio
una tarde cualquiera,
pero tan inmensamente lenta
como la tarde de un abandono.
El polvo. Las formas.
Los colores y el tacto.
El olvido casi absoluto,
porque los ojos
se deslizaban sobre ellos
sin ninguna intención,
igual que a menudo sobre el mundo.
El sol, blanco en los visillos,
oro aún templado su ternura.
El murmullo ahogado de una televisión.
Un ladrido continuo.
Piar de gorriones.
El cajón que ofrece
los objetos del pasado,
el pasado mismo,
en una tarde
en que nos reencontramos
con el mismo sobresalto agridulce
con que nos sorprende una canción antigua.
¿Qué pensaba entonces?
Cada cosa es el fruto de un designio.
Una caja de chinchetas para una despedida,
una agenda sin memoria,
un mechero con el nombre de un restaurante,
un cuaderno vacío de tapas duras.
Lo único que perdura, tal vez,
sea la capacidad de los símbolos
—no del todo generosa—
y la alquimia falsa del pensamiento.
Los gorriones.
El perro fuera.
Las nuevas voces de los niños.
Fuera.
El aire de la casa,
en suspensión serena
sin voces,
sin el roce de pisadas,
casi ni él se mueve
para no despertar el instante.
Ni eternidad
ni memoria.
Cierra el cajón,
con cuidado, sin ruido,
y regresa
—no sé si distinto o idéntico al de antes—,
despacio,
con el paso consciente y silencioso
de la tinta de los versos.

El poeta y su doble

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